Incluso antes de que se suspendiera la obligatoriedad de las medidas contra la COVID-19, en febrero de 2022, el país había recobrado mucha de su movilidad habitual. Las escuelas, no obstante, eran de las pocas instituciones que se mantenían con un pie en la virtualidad y otro en la presencialidad. Ahora se está produciendo una progresiva incorporación a las aulas y es lícito preguntarse: ¿el retorno a la presencialidad podrá reavivar problemas de violencia escolar?

Responde a continuación una de las voces autorizadas sobre esta materia, el padre Prudencio Miguel Piña. Con más de 20 años de conocimiento del sistema educativo dominicano, doctor en Educación por la Universidad de Murcia, impulsor de la iniciativa JOLIPAX y artífice principal del próximo Observatorio de Convivencia Escolar del Instituto Superior Bonó, su juicio llama la atención y, sobre todo, a la reflexión.

—¿El aumento de la presencialidad en las aulas representa un peligro en términos de violencia escolar en República Dominicana?

—Supongo que sí. La presencialidad va a traer un activo de violencia. Unos días atrás visitamos una escuela rural. Al llegar, notamos presencia de la policía escolar, sucedía que un alumno había llevado una tijera, y se procedió a hacer una revisión de los bultos en busca de posibles «armas». Este ejemplo nos dice algo muy importante: hay temor hacia la vuelta de los estudiantes. Las autoridades y los docentes están nerviosos por el tema.

—¿Cómo está reaccionando la escuela dominicana ante los hechos de violencia?

—La escuela dominicana es muy autoritaria, su convivencia se basa en el profesor y el estudiante que cumplen las normas. El estudiante ideal es el pasivo, el maestro ideal es el que obedece al director, el director ideal es el fuerte, el que impone su autoridad. La estructura comunitaria escolar es violenta, pero una violencia estructural no percibida. Le propongo un detalle conceptual bastante común: a la agresividad se le llama violencia, y la agresividad es una de las manifestaciones de la violencia; pero la violencia es todo aquello que bloquea tu desarrollo. Puede tener incluso una manifestación muy dulce; pero si bloquea tu expansión como ser humano, esa manifestación violenta.

—¿Las escuelas públicas y privadas tienen las mismas debilidades para afrontar la violencia?

—Son dos contextos distintos. El volumen de estudiantes, que en la privada es casi la tercera parte de la pública. La privada suele tener mejores instalaciones; el estudiante se siente más a gusto. Luego están los contactos familiares más elaborados, menos agresivos. Eso influye en discursos de agresión y violencia más manejables en el mismo estudiante. Pero también me resulta muy importante el factor de la capacitación del profesorado. El colegio privado puede darse el lujo de seleccionar su personal. Por otro lado, suele haber comunidades profesorales mejor atendidas. Todo eso hace que las personas y los contextos tengan más calidad y trato. No creo, sin embargo, que las privadas tengan recursos mayores que las públicas para evitar la violencia. Donde varían es en el contexto, las condiciones de las escuelas públicas y privadas.

El factor de la motivación

—¿Qué sucede con la motivación?

—El profesor de la escuela pública, en general, ha perdido la motivación. Eso da pie a una violencia cultural. Un profesor delante tuyo que no está motivado a enseñarte, que está allí por hastío puro, porque tiene que cobrar un sueldo, es un profesor muy violento. Aunque esté tranquilo, aunque no te grite. Si él está por pura obligación, ya es un acto violento.

—¿Cuáles son las herramientas que debe tener un docente, independientemente de en donde eduque, para atender el tema de la violencia escolar?

—Las herramientas tendrían que estar en la línea de los diseños de las comunidades. Mejores diseños de relaciones estudiante-profesor. Que haya un comportamiento distinto y una visión distinta de cómo un profesor y un estudiante se tienen que relacionar. Que el profesor vea que puede tratar distinto a un estudiante y que el estudiante pueda hacer lo mismo, y que esta relación les permita a los dos sentirse más cómodos.

—¿Cuáles podrían ser las primeras enseñanzas a los docentes para empezar a transitar por ese nuevo modelo de relación?

—Lo primero es una nueva visión de sí mismo. Más que sus funciones, su identidad. El maestro no está para controlar, sino para inspirar. Lo segundo, es un nuevo modelo de estudiante. El estudiante no es una persona para darle conocimiento, sino para que adquiera por sí mismo los conocimientos. Que busque aprender naturalmente cosas, otras maneras de socialización, que tenga una curiosidad natural. En fin, potenciar otras dinámicas de aprendizaje. Lo importante es plantearse cómo situar los aprendizajes dentro de dinámicas distintas, cómo ayudar a que el estudiante aprenda de una manera distinta. Nuevos currículum de aprendizaje.

—En el caso de ciberbullying, ¿de cuáles herramientas se le dota al docente para manejar este tipo de conflictos?

—En el caso de los diplomados, más que herramientas comunes, son conceptuales. Una nueva visión de la violencia escolar, nueva visión de la convivencia escolar, de la disciplina y, por tanto, de la normativa. También se les da a los docentes unas herramientas de autorreflexión, se les ayuda a escribir sobre experiencias básicas para que pueda pensar sobre lo que han vivido, distanciarse y tomar una nueva perspectiva. Se trata de ayudarlos a desarrollar una nueva visión del conflicto, una nueva visión de la solución de ese conflicto; o sea, se le dan nuevas miradas.

El corcho y la violencia escolar

—¿Qué tan poderoso puede resultar un cambio de mirada en el docente?

—Mucho, y se lo voy a ilustrar con una historia. Un inspector de educación muy preparado fue a visitar a una maestra y la encontró muy desarbolada en una escuela, porque no tenía medios para enseñar. Él le preguntó que cómo que no tenía medios, ella le reitera que no. En el piso había un corcho de una botella. Él dijo: ‘’¡Ah! Mira, un corcho’’. Empezó a hablar con los niños y a contarles del árbol de corcho, dónde se cultiva, su hábitat, les hizo buscar fotos del árbol y los puso a dibujar. Les hizo pensar en el peso del corcho, calcular cuántos árboles se necesitan para tapar botellas, y los puso a trabajar. Aprendieron muchísimo sobre matemática, geografía, botánica, economía. Los dejó trabajando y se fue. Al cabo del año volvió a hacer una inspección con la misma maestra. La maestra le dijo: «Qué bueno verlo. Usted no sabe lo que me pasó: se me perdió el corcho». El inspector había logrado una dinámica de aprendizaje y superación enorme con un elemento muy sencillo, demostrando a la maestra que tenía muchos materiales para los aprendizajes en su entorno. Y a eso me refiero con la violencia escolar: hay que cambiar las mentalidades del docente, las dinámicas del maestro para que dejen de ser tan conceptuales y que sean más pragmáticas. Tú puedes poner a una maestra en las mejores condiciones, pero si ella no tiene una visión distinta de la relación entre maestros y alumnos, seguirá siendo violenta.

¿Qué variantes de la violencia percibe en la escuela dominicana y cuál le preocupa más?

—La violencia estructural y el autoritarismo que pretenden dar paz a través del control. El maestro que hace eso está enseñando control y está enseñando un tipo de violencia. La paz de los cementerios, “la ausencia de guerra es la paz”. Pero eso no es paz, eso es anulación de los sujetos. Temo al maestro con una visión controladora, que es el que provoca más violencia.

—Usted es uno de los promotores de una experiencia de entendimiento escolar, JOLIPAX en Santiago, ¿cómo lograron que los chicos que eran víctimas de la violencia escolar terminaran siendo promotores de la convivencia? 

—Durante 3 años ellos reciben una formación muy interiorizada. De autoperdón, de autoaceptación. Es un cambio de actitudes y de visiones sobre sus relaciones humanas. Es algo muy exigente y el estudiante no entra fácil ahí, pero cuando lo hace, crece mucho como ser humano.

¿Cuáles son las complejidades de un sistema de aprendizaje como ese? ¿Qué es lo difícil de implementarlo a más grande escala?

—Lo difícil es la implicación del mismo sujeto, que quiera entrar en una transformación de ese estilo. Muchos muchachos empiezan el programa y muchos no terminan porque la transformación interior que pedíamos era rechazada.

Un observatorio de convivencia escolar en RD

Producto de sus estudios y, sobre todo, de sus preocupaciones por los maestros y estudiantes dominicanos, el padre Prudencio Piña, junto a otros docentes entusiastas, prepara la creación del primer observatorio de violencia escolar en el país, que llevará el Instituto Superior Bonó.

La iniciativa busca instruir a los maestros e incluso dotarlos de capacidad de investigación para hacer seguimiento constante a este fenómeno, y proponer así formas de solucionarlo. A propósito de esta iniciativa le preguntamos:

¿Por qué es importante un observatorio como este?

—La escuela dominicana tiene un fuerte componente de gestión y un muy pobre componente de investigación. Hasta que no podamos encontrar parámetros claros sobre cómo está la violencia y qué influye sobre ella, no podemos hacer cambios. No podremos hacer cambios hasta que el docente no vea que determinados comportamientos provocan violencia; el docente no es consciente de eso, no sabe que lo está haciendo ni qué la provoca, y hay que hacérselo saber. Un tipo de violencia cultural que después se convierte en agresividad. Es necesario que tengamos parámetros claros de los procesos de violencia escolar a través del observatorio para que podamos tener los cambios pertinentes.

¿Quiénes se suman a la iniciativa del observatorio?

—Hasta ahora el Instituto Politécnico Loyola está buscando sumarse, así como otros centros educativos: Nuestra Señora del Carmen, Madre Mazzarello, Escuela de San José de Peralvillo, las escuelas de Fe y Alegría. Cuando escuchan la propuesta, quieren sumarse.

—¿Hace falta que más organizaciones se sumen para que el observatorio tenga más robustez?

—Sí, pero hay que crear pequeñas unidades dinámicas, bien arraigadas. Una vez que lo estén, ya se puede ir creando una red de docentes observadores. La idea es que un grupo de ellos, con miradas nuevas, contagie a sus compañeros en los recintos educativos. Cuando un componente cambia, los demás componentes del sistema cambian. Si logramos cambiar uno o dos elementos de un sistema institucional, los demás, poco a poco van cambiando. Esa es la estrategia que estamos queriendo.

 

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