Para rendir homenaje a Pedro Francisco Bonó se reunieron en la mañana del 19 de octubre en el Panteón de la Patria representaciones de la Escuela de Sociología y de la Facultad de Economía de la USAD y del Instituto Superior Bonó.  La comitiva de honor estuvo integrada por Ramón Desangles, decano de la Facultad de Economía de la UASD, Jesús Díaz, director de la Escuela de Sociología de la UASD y Martin Lenk, rector del Instituto Superior Bonó. El P. Martín Lenk pronunció el discurso que versaba sobre Pedro Francisco Bonó y el progreso.

Panteon

Palabras para la ofrenda floral el 19 de octubre del 2015, Panteón de la Patria
por Martin Lenk, SJ

Han pasado 187 años desde que nació en Santiago de los Caballeros el prócer Pedro Francisco Bonó, a quien con todo el derecho llamamos el primer sociólogo dominicano. Luchador por la independencia de República Dominicana, político, pensador, escritor, patriota.

Con motivo de este homenaje de una ofrenda floral aquí en el Panteón de la Patria propongo que hagamos un pequeño ejercicio. Viajemos un momento por el tiempo y escuchemos algo de lo que Pedro Francisco Bonó dijo. Y aunque él lo escribió en momentos históricos precisos, diferentes al inicio del siglo XXI en cual nosotros vivimos, podemos detrás de sus palabras encontrar algunos principios que aún no han perdido su validez y algunas de sus quejas y lamentos sobre la situación de su querida tierra quisqueyana, parecen de una actualidad sorprendente.

Escuchemos de sus Opiniones de un dominicano (1884) sobre la paz y el progreso:

«… debemos ver con valor el estado del país en todos sus ramos, en todas sus manifestaciones; abandonar esa parlería superficial que nada encierra, que a todos cansa, que a ninguno engaña y que nos hundirá cada vez más, día por día, en la miseria y desprestigio….

…disiento en todo y por todo de las apreciaciones generales que veo en la prensa nacional y oigo en los círculos donde se examina y discute nuestra situación… yo no veo el progreso que se decanta, y tanto se vocea, ni menos las razones que se dan para probarlo… » (II, 152s).

Bonó nos confía que no veía el progreso en el campo, entre los agricultores, ganaderos y pastores, ni en el norte, ni en el este, ni en el sur…

Con respecta a las ciudades y pueblos insiste en la nobleza del trabajo manual, tan poco apreciado…

Con matices del pensamiento positivista que influía en las élites pensantes latinoamericanas, Pedro Francisco Bonó quería encontrar el progreso en el trabajo honrado y manual, en la instrucción pública, en las buenas costumbres, lamentándose de la falta de educación y de la presencia de las «escuelas públicas del juego y de la vagancia, puestas al alcance de todas las clases y cuidadosamente metodizados, organizado y vigilado por la legislación, reglamentos y autoridad» (II,168).

También se pregunta por el progreso en la administración pública, especialmente en Hacienda y Relaciones Exteriores. Bonó caracteriza una situación en la cual se constituyen con los fondos públicos:

«…cacicatos ligados al poder central no por las instituciones ni las máximas, sólo por el simple convencimiento de los referidos caciques que deben ser fieles a su señor, pues ningún otro tolerará sus desmanes y desafueros. Por mucho que digamos, por mucho que voceemos, por bien intencionado que sea el jefe de Estado y sus Ministros, si la corrupción se mantiene a la altura de hoy, siempre tendremos el gobierno feudal o el Otomano o si se quiere mejor, repitiendo los capítulos de toda nuestra historia que es la de todas las colonias españolas desde el Descubrimiento. ¿Pero somos colonia o somos Nación? Si somos Nación es preciso penetrarnos de los deberes que la independencia impone… » (II,175s)

Quizás quisiéramos preguntarle a Bonó en este instante: Pedro Francisco y ¿este visión tuya, no es demasiado pesimista? No deja de esperarse la respuesta de Bonó que nos invita a practicar «la máxima de Sócrates, procuremos conocernos a nosotros mismos» (ibd). Sólo así, desde la verdad podríamos salir hacia adelante, hacia “el verdadero progreso”, si retomamos los planteamientos de tipo positivista, pero críticos, con los que nuestro prócer restaurador se planteaba entonces las necesidades de República Dominicana.

Concluye Bonó sus Opiniones de un dominicano con estas palabras enaltecedoras de las virtudes auténticamente políticas:

«Esta hermosa misión está encomendada a los hombres ilustrados que no han perdido las virtudes cívicas y por dicha para mi patria todavía hay muchos, muchísimos que si el espectáculo lamentable de tantos errores hasta hoy los tienen retraídos, quizás al leerme creerán que una les falta…» (II,177)

Permítanme una pequeña reflexión sobre el tema tan recurrente en Bonó sobre el progreso. Hemos dicho que se enmarca dentro del pensamiento imperante a fines del siglo XIX en América Latina; pero también hemos sugerido que Bonó se plantea el tema con cierta distancia crítica. Desde sus albores, la modernidad se ha leído a sí misma con un gran optimismo, entendiéndose justamente como la época del progreso. Los innumerables avances científicos y sus aplicaciones técnicas han alentado cada vez más esta fe en el progreso. La ilustración entiende que este progreso es fruto del uso de la razón que lleva por fin la humanidad desde la culpable minoría de edad hacia la madurez y la libertad. Las luces encendidas en la ilustración llevan al positivismo que también tiene sus seguidores decididos en la aún joven República Dominicana de los días de Bonó. Y me parece que aquí está un punto de inflexión en el pensamiento de Bonó, que él apenas pudo balbucear con los instrumentales teóricos que tenía a su disposición.

Con entusiasmo saludamos el progreso humano que se muestra no sólo en el uso libre de la razón, pero sobre todo en el verdadero humanismo que reconoce el valor de cada persona humana. Desde la publicación de El Montero hasta sus últimas cartas los textos de Bonó respiran este amor y este reconocimiento a cada persona y especialmente a los pobres y empobrecidos de su tiempo y es significativo que lo liga no solo a una filosofía ilustrada, sino también a la «caridad cristiana» que Bonó llama «fuente de todos los bienes sociales modernos» (Apuntes sobre las clases trabajadores dominicanas, II 67).

Podemos de nuevo dirigirnos a Bonó y preguntarle: ¿De dónde, entonces este desencanto con la idea del progreso? ¿Por qué estas formulaciones casi resignadas y desengañados en las últimas cartas que tenemos?

Me parece que Bonó nunca deja de llenarse con un deseo de un progreso verdadero de su patria que vio nacer en su juventud como nación independiente y por la restauración de cuya independencia luchó. Pero este progreso tiene una primera característica irrenunciable: La justicia. El progreso de un país hacia una mayor riqueza no tiene valor si este crecimiento económico se compra con una mayor injusticia, si solo sirve para el enriquecimiento de algunos mientras que otros se ven más explotados y marginalizados, si la riqueza ganada del estado se pierde en canales oscuros y si no se toma en cuenta el valor inestimable de cada persona humana. La igualdad no debe ser un principio abstracto de derecho, sino debe tener parte en la realidad económica.

Hay un segundo elemento que siempre preocupaba a Bonó. El entendía que los bienes sociales modernos tienen su fuente en la caridad cristiana. Por esto insistió en la educación cristiana. Bonó no niega que se puedan tener altos ideales de humanismo y de justicia sin la fe cristiana, pero esto no lo considera como un camino válido o por lo menos realista para República Dominicana. Sobre la propuesta de una «religión de Arte», continuadora de ideas deístas y ateas de la ilustración francesa, escribe:

¿para qué venir en la triste República Dominicana, país sencillo por excelencia, donde no hay aún arte ni filosofía, donde sólo el vínculo de la fe ata a la sociedad, para qué venir a soltar cosa tan grotesca y que tan mal le cuadra? (Carta a Don Félix María del Monte del 27-06-1884, en: I,256; cf. Minaya, Bonó, 180)

Esperamos que mientras tanto hay algo más de arte y filosofía en República Dominicana, pero también nos preguntamos si aún la fe ata nuestra sociedad. Es más, nos podemos preguntar si todo el progreso innegable que el país ha experimentado en los 131 años que han pasado desde que Bonó escribió estas líneas, si este progreso, nos ha hecho realmente más humanos.

A lo mejor el argumento más bien sociológico sigue teniendo validez, que la fe y la religión cristiana, que una vez en el siglo XVII se tenía como enemigos del progreso, podrían convertirse en su base y fundamento más importante si aprenden a dialogar en el nuevo contexto del siglo XXI.

Ciencia y la técnica sin valores no serán amigos de la humanidad, sino fácilmente pueden convertirse en sus enemigos. No traerán un verdadero progreso. Pero, ¿cómo atar la ciencia y la técnica a los valores? ¿Qué nos garantiza que la ciencia y la técnica no sean instrumentos para deshumanizar cada vez más el país, la isla y el mundo entero?

Y puede darse el caso que ahí la fe cristiana emerge como el amigo más profundo y real de un progreso auténtico, y me parece que Bonó lo vio así, encontrando en la fe una esperanza más fuerte que las decepciones que le habían causado los vaivenes de la historia y los fracasos de la ciencia.

Vemos a Bonó, ya entrado en años, rodeado de más de «cien ciegos, cojos y desamparados» invitados por él mismo, a acompañarle con una custodia nuevo que él donó a la Iglesia de Santa Ana en San Francisco (Carta a Monseñor Meriño del 10 de junio de 1889, en: I,314; cf. Minaya, Bonó, 183).

Quizás esta imagen es lo que más le caracteriza hacia el final de su vida: Cristo y los pobres. Y entendemos que ahí encontró una esperanza para el progreso verdadero. La fe en Dios enseña el valor radical de cada persona humana, sea un montero cazando jabalíes, un cultivador cibaeño de tabaco o un brazero en los cañaverales. Este valor de cada persona anima a seguir la lucha por la educación y el bienestar para todos.

Quedamos invitados a sentarnos meditativamente junto a Bonó. Puede ser aquí, en el Panteón de la Patria donde el Estado dominicano ha querido guardar la memoria de uno de sus grandes. Y podría ser también imaginativamente en las barbacoas de su emblemática “Mata de Borrego”, allí donde se reunía su mágico-real “Congreso extraparlamentario”. Entonces, compartiendo amigablemente los frutos y jugos de nuestra tierra, nos preguntaríamos cómo hoy podemos lograr un  verdadero progreso, y sin duda será defendiendo a los pobres con la misma honestidad con que Bonó lo hizo y siguiendo decididamente su máxima de juntar la riqueza con la justicia.

 

 

 

Bibliografía:

BONÓ, PEDRO FRANCISCO. El montero. Epistolario, Santo Domingo, Ediciones de la Fundación Corripio, 2000  (citado como I)

BONÓ, PEDRO FRANCISCO. Ensayos sociohistóricos. Actuación pública, Santo Domingo, Ediciones de la Fundación Corripio, 2000 (citado como II)

GONZÁLEZ, RAYMUNDO/CENTRO BONÓ. Bonó, un intelectual de los pobres, Santo Domingo, Centro de Estudios Sociales Padre Juan Montalvo, 1994

MINAYA, JULIO. Pedro Francisco Bono: Vida, obra y pensamiento crítico, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2014 (citado como Minaya, Bonó)